Los rascacielos de cristal de Toronto me recordaron a Vancouver. El ambiente más europeo de Old Québec y Montréal había quedado atrás y tuve la impresión de pasear por una Canadá más conocida, la de las avenidas anchas y las construcciones modernas. Lo que no esperaba era ese calor. Unos tremendos y húmedos 30ºC que, hasta entonces, nunca había soportado en Canadá.
Caesar cocktail, la bebida del infierno
A pesar del sofocante calor, recorrimos Toronto a pie, iniciando el día en la Oficina de Turismo y dirigiéndonos hacia el centro, pasando por el barrio de las destilerías, la zona comercial, los museos… Es decir, el típico recorrido turístico del autobús hop-on hop-off pero que nosotros, en nuestro a veces irracional empeño por caminarlo todo, visitamos andando, bajo el calor pegajoso del verano torontoniano.
Sedientos, hicimos una parada para retomar fuerzas en un pub donde tuve el atrevimiento de probar el más famoso cocktail canadiense: el Caesar. Nuestros amigos de Vancouver ya nos habían advertido de la extraña mezcla de ingredientes de este brebaje del infierno: vodka, zumo de tomate, tabasco, salsa inglesa… Todo ello decorado con una ramita de apio o con todo tipo de atrocidades, desde una loncha de bacon, hasta patatas fritas o pepinillos en vinagre. ¿Suena mal, eh? Pues sabe peor.
No sé qué clase de mente perturbada ha inventado semejante horror, ni entiendo cómo es posible acostumbrar al paladar a esa imposible combinación de sabores. Para que os hagáis una idea de la pinta que tiene el Caesar, os dejo esta foto que he obtenido del blog BlogTO (Licencia Creative Commons Attribution-Noncommercial-Share Alike 3.0). No publico ninguna de las mías porque en todas aparece mi cara descompuesta, y prefiero ahorraros el mal rato.
Una torre para ver “Torontoentero”
Todos tenemos un amigo o un cuñao que, en cuanto escucha la palabra «Toronto», suelta el típico chiste. La famosa torre desde la que se ve «torontoentero» es la atracción turística número uno de la ciudad, una parada que parece obligatoria, como si pasar de largo fuera un pecado que ningún turista, bajo ningún concepto, debería cometer.
En mi opinión, la CN Tower es una de las atracciones turísticas más sobrevaloradas del mundo. El precio de la entrada es un disparate: 35$ por persona (recordad: más tasas), una broma de ochenta eurazos por pareja que deja tu presupuesto del día tiritando. No es que las vistas no sean bonitas (si tienes suerte y escoges un día despejado), pero la experiencia es menos divertida cuando encuentras colas tanto para adquirir los billetes, como para para subir y/o bajar en los ascensores. Además, el famoso suelo de cristal sobre el que puedes pasear y sentir una cierta sensación de vértigo está siempre ocupado de turistas intentando conseguir un selfie.
En mi caso, si pude visitar la CN Tower fue gracias a la Oficinal Oficial de Turismo de Toronto, que colaboró con este blog y me ofreció un pasaporte gratuito a varias atractiones turísticas de la ciudad. Como ya he comentado en otros posts, hacer turismo en Canadá es caro. Si no hubiera sido por esta ayuda, mi presupuesto no me habría permitido disfrutar de muchos de los reclamos turísticos de Toronto.
Go, Blue Jays, go!
Dejando atrás torres sobrevaloradas y bebidas infernales, decidimos dedicar una mañana lluviosa a ver un partido de béisbol de los Blue Jays en el Rogers Stadium. Me sorprendió el ambiente familiar del estadio y lo poco en serio que la gente parecía tomarse el juego, cuyas reglas yo desconocía totalmente. El deporte en sí me pareció más bien aburrido, mantenía un ritmo lento, con parones sucesivos y bastante poca emoción. Para nosotros, primerizos en la materia, el interés estaba en tratar de entender las reglas del béisbol (gracias Wikipedia) y en corear las frases de apoyo al equipo local imitando a nuestros compañeros de asiento.
Más allá del interés que puedas tener en este deporte, un partido de béisbol vale la pena por el ambiente que se vive en las gradas. El público está más concentrado en comer, en beber y en el espectáculo paralelo (animadoras, juegos para niños en el descanso, acciones para recaudar fondos para alguna causa benéfica…) que en seguir el partido.
Semanas más tarde volvimos a ver otro partido de béisbol en Vancouver, en este caso entre equipos locales y en un estadio más modesto. La sensación fue muy similar. De hecho, el taxista que nos condujo hasta el estadio lo describió a la perfección: «el béisbol es un picnic con amigos donde, además, unos tíos se lanzan la pelota en un campo de césped».
El Toronto “cultureta”
Seamos sinceros, un europeo no viaja a Canadá para ver museos. Pero ya que estás ahí, alguno puede caer. Ya comenté en un post anterior mi opinión sobre los museos de Vancouver. En Toronto, le di una oportunidad al Royal Ontario Museum, el mejor del país, eso es cierto, con una decente colección de arte asiático, europeo y varias salas dedicadas a Canadá. Durante mi visita me centré en estas últimas, esperando profundizar en la historia, arte y cultura autóctonas, pero la muestra me pareció bastante pobre.
Sin embargo, Casa Loma me resultó más interesante. No tuve tiempo de visitarla con detenimiento, pero creo que habría valido la pena invertir unas horas en descubrirla con calma, aprovechar la audioguía gratuita que viene con la entrada y conocer mejor la historia de la casa. Tenebrosos pasadizos subterráneos, cuidados jardines y una original arquitectura bien merecen la visita.