La ciudad de Puno no destaca precisamente por ser bonita, acogedora o pintoresca. Por si esto fuera poco, a sus más de 3.800 metros de altura, cualquier esfuerzo físico se multiplica y deja sin aliento a los que, como yo, estamos acostumbrados a vivir al nivel del mar.
Pero la visita a Puno se justifica por sus dos principales atractivos turísticos: las ruinas funerarias de Sillustani y, sobre todo, el lago Titikaka y sus peculiares islas flotantes de los Uros.
Sillustani
Sillustani es un complejo arqueológico formado por ruinas funearias de la época pre-inca y que constituye una de las necrópolis más grandes del mundo. Las construcciones, llamadas «chullpas», se dedicaban a enterrar a los muertos. Hay cerca de 90 de ellas repartidas en un área de 150 hectáreas y algunas superan los 12 metros de altura.
Para llegar a Sillustani puedes contratar un tour directamente en Puno, en cualquiera de las agencias de viajes de la calle Lima. Es una excursión de medio día, que suelen partir sobre las 14h y regresar en torno a las 17h-18h.
Después de visitar las ruinas, antes de regresar a Puno, el guía de la excursión suele preguntar a los pasajeros si desean hacer una parada en un poblado de los muchos que se encuentran en el camino. Lo normal es que la gente diga que sí y acabes haciendo la visita, que no está incluida en el precio y que suele requerir el pago de una propina a los habitantes del poblado.
La visita es de todo menos «auténtica» (las personas que viven en esos pueblos reciben a turistas todos los días), pero lo cierto es que aprendimos algunas cosas interesantes sobre la cultura de sus habitantes, especialmente sobre los productos que cultivan y que suponen la base de la alimentación peruana: papas, quinoa, maíz…
Fijáos en la siguiente foto, concretamente en el cuenco que hay en la esquina superior derecha. Sí, parecen piedras y, de hecho, prácticamente lo son. Es arcilla. ¿Y por qué arcilla? Pues resulta que también se la comen. Disolviéndola en agua hacen una pasta que utilizan como salsa para mojar las papas.
Sí, me comí la papa con arcilla. La verdad es que no tenía mal sabor (tampoco tenía sabor a nada especial) y no CV me puse enferma al día siguiente, así que parece que esta arcilla es bastante inocua.
Islas Uros
El plato fuerte de una visita a Puno es la excursión al Titikaka y a la isla de los Uros, islas flotantes construidas por sus habitantes a partir de tierra y totora (esa especie de juncos que veis en el suelo de la isla).
Al parecer, estas islas fueron construidas por los habitantes de Puno en un intento por huir de la invasión de los Incas. Antiguamente se encontraban dispersas y alejadas de la costa, pero hoy en día se han acercado a la orilla de Puno y están aprovechando el filón del turismo, acogiendo a cientos de turistas que, cada día, visitan las islas.
Nosotros pudimos disfrutar de esta excursión gracias a Viator.com, una web para buscar y reservar experiencias de viaje en todo el mundo. Un guía local acompaña al grupo en todo momento y explica detalles sobre la historia y cultura asociadas a estas islas. Los habitantes se ofrecen, incluso, a mostrarte el interior de sus casas y prestarte algunas de sus prendas de ropa típicas.
Después de dar un paseo en un barco de totora (10 soles extra que no vienen incluídos en las excursiones) fuimos a la isla Taquile, donde comimos una riquísima trucha a la plancha (pescado títpico del Titikaka) en este entorno paradisíaco.
Mirador del Cóndor
En la ciudad de Puno hay varios miradores. El Mirador del Cóndor está muy cerca de la ciudad y se puede llegar andando. La subida parece fácil, pero puede convertirse en una pesadilla: cientos de escaleras se imponen ante ti en una subida que salva un desnivel de 200 metros casi en vertical hasta alcanzar una altura de unos 4.000 metros. Os aseguro que tuvimos que hacer varias paradas hasta llegar arriba, con el corazón a mil revoluciones y sintiendo que no entraba el oxígeno en los pulmones, y eso que ya creíamos estar aclimatados a la altura después de estar en Cuzco y de recorrer el Camino Inca.
Para evitarte la mitad de la subida puedes pedir un taxi que te acerca hasta el final del primer tramo de escaleras, pero nosotros subimos desde abajo, cruzándonos por el camino con varios habitantes de la zona que subían las mortales escaleras casi sin inmutarse (algunos incluso corriendo), para nuestra vergüenza.
Con calma acabamos llegando a la cima (una vez arriba siempre piensas: «bah, no ha sido para tanto») y las vistas merecieron la pena, con la ciudad de Puno y el lago Titikaka a nuestros pies.